jueves, 8 de enero de 2015

Con paso firme. Camino erguida. Algo me detiene. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo desde las puntas de mis pies. El viento acaricia mi cara. Desordena mi pelo. La piel se me eriza. Cierro los ojos y se agudizan todos mis sentidos. Frío. Tranquilidad. Silencio ruidoso. A lo lejos escucho voces, quizás risas, pero desdibujadas por el sonido de la tormenta y el gentío que me rodea. Respiro. Un día más. 

Abro los ojos. Sigo parada en medio de una multitud. Algo me impide caminar mientras observo a mi alrededor. Gente. Paraguas. Personas que se abren paso a empujones. Mujeres que saludan con un breve gesto al que no obtienen respuesta. Niños arrastrados. Coches a toda velocidad por carreteras encharcadas. Enfados. Gritos. Agua, resbala lentamente por mi cara y me obliga a parpadear.

Alguien toca el violín. Quizás un violonchelo. No lo sé. La gente me observa. Pasan a mi lado con cara de no entender mi locura. Me señalan. Nadie se detiene. Cierro los ojos de nuevo. Las gotas de lluvia golpean mi piel congelada. Me gusta esa canción. Muevo los labios intentando reproducir su melodía. En mi cabeza, una niña de enormes ojos baila, me observa desde el pasado con una tímida sonrisa. El tiempo se nos escapa entre los dedos y no nos damos ni cuenta. 

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