Salgo de casa y camino mientras intento acomodar mis ideas, el vecino a
comprado un buzón nuevo, igual debería comprar otro para mi jardín, ese jardín
que se me olvidó regar esta mañana, quizás debería dejarle en la puerta la planta
de Marta antes de que se muera, no sé porque me deja una planta cuando se va de
vacaciones, la gente de antes no hacía eso, eran otros tiempos. No importa,
concéntrate, se supone que has salido para pensar en todo este desastre y tomar
una decisión.
Bien, ok, piensa... ¿Qué tienes que
perder? Igual este es ese momento que llevas esperando tanto tiempo, tu
momento, y... ¿y si me estoy precipitando? ¿Y si me equivoco? Está claro
que al arriesgarse siempre ganas algo pero... ¿Y si salgo más herida de lo que
ya estoy?
Debería volver, hace frío, que rápido va
la gente por esta calle, deberían poner una señal, una señal es lo que me hace
falta a mí, ¡que señal! En el fondo sigo siendo esa niña que cree en historias
de fantasía.
¿Por qué complicamos tanto las cosas? A veces deberíamos aprender
a dejar marchar, a dejar de pensar, y a dejarnos llevar.